2012/03/31

Ne vero ne ben trovato

Nieto y Sobejano-ri kritika Peña Ganchegui y asociados-ren aldetik


Ahora que está a punto de cumplirse un año desde que se inauguró oficiosamente la ampliación del donostiarra Museo de San Telmo (antes de que estuviera terminada, la víspera de la convocatoria de las elecciones que arrebataron la alcaldía a Odón Elorza), nos ha parecido un buen momento para valorar un aspecto importante de la intervención de los arquitectos Nieto y Sobejano, que en aquellos fastos aún no estaba completado, y del que jamás se ha hecho mención: su encuentro con la Plaza de la Trinidad.

Obra seminal de Luis Peña Ganchegui, uno de los arquitectos vascos más celebrados, esta plaza, que ya fue ultrajada durante el primer mandato de Odón Elorza al transformar el probadero en cancha polideportiva y el bola-toki en vestuarios, resultó herida de muerte en su último mandato, como consecuencia de los daños colaterales de la ampliación del  Museo de San Telmo.
La propuesta presentada a concurso por sus autores ya contenía, en nuestra opinión, una decisión desafortunada, al proponer el derribo del Pabellón Aranzadi (el cuerpo de dos plantas que Urcola y Zuloaga habían construido sobre las capillas laterales) con el objeto de liberar externamente el volumen de la iglesia. Con ello se modificaba el skyline de este extremo de la plaza, alterando de forma negativa la relación entre el ámbito espacial y sus límites en uno de sus puntos más delicados, cual era el encuentro de la ciudad con la naturaleza. 


Pero fue durante su ejecución cuando, además de confirmarse los malos augurios que aquella operación anunciaba, la actuación sobre la fábrica mantenida agravó el daño infligido, desbaratando una de las más relevantes trazas de la genial intervención de Luis Peña Ganchegui.

Probablemente con la intención de dotar a las distintas fábricas del San Telmo “a.N.S.” (anterior a Nieto y Sobejano) de una unidad que nunca tuvieron, el equipo madrileño tiñó de color arenisca las juntas del muro de mampostería que construye el ábside y el cerramiento de las capillas adosadas, al cual, tras la mutilación sufrida con el derribo de las plantas superiores, se le practicó también un lifting, rellenando de mampuesto sus antiguos huecos y sustituyéndolos por una única ranura vertical, en una operación propia del “tampón de clonar” del photoshop, que ha empobrecido sobremanera la presencia de dicha fachada.

Esta intervención cromática en oposición al gris del aluminio que recubre la ampliación (al parecer definitivamente, descartada ya la idea de que el tiempo la revista de verde), llevada a cabo probablemente para reforzar la condición de “telón de fondo” del edificio histórico, rompe la continuidad de textura y color con el zócalo escalonado que dotaba de unidad y sentido a la amalgama de elementos diversos que se daban cita en este vacío urbano, que Luis Peña supo convertir en un lugar, en un espacio público con identidad propia, que con el tiempo se ha convertido en una obra tan admirada como maltratada.

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